Empecemos entendiendo el nivel de destrucción que se enfrentaba el país.
Un país destruido y dividido
La destrucción que enfrentó Alemania en la Segunda Guerra Mundial fue casi absoluta. Durante los seis años que duró la guerra un 75 por ciento de los edificios en las ciudades fueron destruidos y más del 50 por ciento de las factorías arrasadas.
Un excelente ejemplo de esta destrucción es la ciudad de Dresde. Considerada como la “Florencia del Elba” por sus bellos palacios e iglesias, tras un bombardeo en febrero de 1945 en el que murieron más de 30 mil personas la ciudad fue prácticamente borrada del mapa como podés ver en la imagen.
Dresde fue tan solo una de las decenas de ciudades alemanas que fueron completamente arrasadas durante la guerra. Pero Alemania no solo estaba arrasada en lo económico; las pérdidas humanitarias fueron devastadoras, con más de 7 millones de alemanes que perdieron la vida durante la contienda.
En el plano político, el país se dividió en dos mitades: la mitad oriental bajo el control de la Unión Soviética donde se estableció una dictadura comunista; y la mitad occidental bajo la influencia de los Estados Unidos donde se estableció una democracia liberal y un sistema económico capitalista.
En el mapa podés ver de color azul a la RFA, República Federal Alemana y, separada por una línea roja que representa el Telón de Acero que dividió a Europa en dos sistemas, de color rojo está la RDA, la República Democrática Alemana de orientación comunista.
Una apuesta arriesgada
Tras las primeras elecciones democráticas en casi 20 años en Alemania, en 1949 el conservador Konrad Adenauer fue elegido como primer canciller de la República Federal Alemana.
Para gestionar la economía del país, Adenauer tomó una apuesta arriesgada: nombró como ministro de economía a Ludwig Erhard.
Erhard era conocido por ser un ferviente liberal y partidario del libre mercado, que además era un hombre íntegro de convicciones firmes que ni siquiera renegó de sus ideas liberales cuando los nazis le arrebataron su plaza de profesor universitario por manifestarse en contra de ellos.
Aunque el nombramiento de Erhard como ministro de economía contó con la oposición de los sindicatos e inclusive con la oposición de las fuerzas aliadas que aún ocupaban el país y que consideraban a Erhard como un liberal demasiado radical, Adenauer mantuvo su apuesta consciente de que la reconstrucción del país exigiría tomar decisiones drásticas e impopulares que Erhard no dudaría en tomar si era en el interés de la nación.
En la imagen podés ver al canciller Adenauer a la izquierda y a la derecha al ministro de economía Ludwig Erhard.
Una de las primeras decisiones que tomó Erhard fue eliminar el sistema de racionamiento para que los alemanes tuvieran un incentivo a ponerse trabajar cuanto antes.
En una conversación con el jefe de las fuerzas armadas estadounidenses en Alemania, quien se mostró contrario a la medida por miedo a la inestabilidad social que eso podría generar, Erhard defendió que:
“De ahora en adelante el único boleto de racionamiento que la gente necesitará será el marco alemán. Y la gente trabajará muy duro para conseguir estos marcos. Espere y verá.”
Aunque tras esta medida Erhard enfrentó algunas huelgas de los sindicatos y protestas, la gran mayoría de los alemanes se mostraron favorables a ello y se dedicaron con máximo esfuerzo a reconstruir su país. Gracias al sistema de incentivos al trabajo que estableció Ludwig Erhard, la productividad se incrementó rápidamente.
En junio de 1949 el índice de producción industrial se situaba en el 51 por ciento de su nivel en 1936; pero apenas medio año después este índice se situaba en el 78 por ciento respecto a 1936, por lo que la producción industrial aumentó más de un 50 por ciento en tan solo seis meses.
La producción industrial aceleró su marcha al alza durante toda la década de los años 50. Para el año 1960 la producción multiplicó por 2,5 veces la producción industrial de 1950, alcanzando el máximo histórico para Alemania.
Exportar para generar riqueza
Aunque Alemania desarrolló un importante mercado interno, la producción industrial pronto sobrepasó la capacidad de consumo de los alemanes.
Esto fue posible, además de a la elevada productividad de los trabajadores alemanes, al resurgir de las grandes empresas que durante la guerra habían quedado destruidas.
Uno de los sectores más dinámicos fue el de la automoción. Alemania se convirtió en uno de los líderes mundiales en la fabricación de automóviles, con marcas tan reconocidas como BMW, Mercedes o Volkswagen entre muchas otras. En esta época por ejemplo se lanzó al mercado el famoso Volkswagen Beetle o Escarabajo, que vendió millones de unidades en todo el mundo en la década de los 60 gracias a su bajo costo y altas prestaciones para la época.
El desarrollo de las grandes empresas en Alemania Occidental fue posible gracias a la seguridad jurídica que existía en el país. Al contrario de lo que sucede hoy en la Argentina, un empresario alemán de aquel entonces sabía casi con total seguridad que el Gobierno no sacaría nuevas leyes que perjudicaran a su negocio, lo que creaba un clima de confianza empresarial que se traducía en un incremento de las inversiones.
Este fuerte incremento en las inversiones provocó un boom en las exportaciones del país, que pasaron de 1.976 millones de dólares en 1950 a 11.415 millones en 1960.
Esta explosión en las exportaciones del país, gracias principalmente a las grandes industrias que se desarrollaron durante la década de los años 50, supusieron una enorme generación de riqueza que apuntaló las bases de desarrollo económico alemán durante los años siguientes.
La disciplina fiscal como receta del crecimiento
Hubo un tercer ingrediente que cimentó el auge de la economía alemana en los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial, y ese fue la disciplina fiscal.
En 1950 Alemania registró con Erhard como ministro de economía un superávit fiscal equivalente al 7,5 por ciento del PBI. Durante los años siguientes el superávit fiscal siguió al alza, alcanzando en 1953 el 13 por ciento del PBI.
Para muchos economistas contemporáneos una de las claves del crecimiento económico es el aumento del gasto público. Ellos afirman que cuando el Estado se endeuda y gasta este dinero tomado prestado esto sirve para estimular el crecimiento económico. Pero esto no fue así en Alemania Occidental…
Fijate que el PBI per cápita de Alemania Occidental pasó de 5.536 dólares en 1950 a 11.587 dólares una década más tarde. El PBI no paró de crecer mientras el Estado se mantenía al margen de la economía, asegurando su solvencia con disciplina fiscal.
Debido a las políticas de austeridad fiscal promulgadas por el ministro de economía Ludwig Erhard se produjo una estabilidad macroeconómica que sirvió para crear el marco de desarrollo económico perfecto.
Así, gracias a la elevada productividad de los trabajadores alemanes, al desarrollo de grandes empresas con vocación exportadora y a la estabilidad macroeconómica que procuró la disciplina fiscal, el ritmo vertiginoso de crecimiento no solo no se detuvo, sino que continuó en los años que Ludwig Erhard fue ministro de economía. Durante este periodo, la economía creció cada año de media un 8 por ciento.
El Milagro alemán no fue gracias al Plan Marshall
Muchas personas intentaron minimizar el impacto de las reformas liberales de Erhard, explicando el buen desempeño de la economía alemana en los años posteriores a la Segunda Guerra Mundial debido a las inversiones que realizó Estados Unidos para reconstruir el continente europeo, algo conocido como el Plan Marshall.
Sin embargo, si te fijas en la siguiente tabla podés ver que mientras que las ayudas del Plan Marshall por habitante se situaron entre los 50 y 80 dólares, los habitantes de la República Federal Alemana (RFA) recibieron menos de 20 dólares de estas ayudas.
Esto responde claramente a quienes quisieron restarle méritos a las reformas que implementó Alemania Occidental durante las posguerra, que con mucho sacrificio sirvieron para construir la mayor economía europea y una de las economías más prósperas del mundo.
El legado de Ludwig Erhard aún hoy perdura, y Alemania es hoy uno de los líderes mundiales en producción industrial, exportaciones y un ejemplo de solvencia fiscal, al considerarse su deuda pública como la más segura del mundo.
El padre del milagro económico alemán nos enseñó que aunque soluciones como el trabajo duro o la austeridad fiscal pueden ser dolorosas en el corto plazo, en el largo plazo son una única manera de generar riqueza no solo para nosotros, sino también para las generaciones futuras.
Ojalá algún día tengamos en la Argentina líderes políticos con la visión de Ludwig Erhard para resolver los problemas que décadas de populismo y mala gestión pública dejaron en nuestro país. Si quieres saber más sobre cómo Alemania pasó de ser un país arrasado a ser la mayor potencia económica de Europa y uno de los países con mejor calidad de vida del mundo, en mi último libro “Argentina Potencia: Cómo volver a ser el país más rico del mundo” dedico un capítulo entero al milagro económico alemán y a qué lecciones podemos aprender los argentinos para aplicarlas en nuestro país hoy.
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